sábado, 28 de febrero de 2015


¿Y tú? ¿Ves sólo lo evidente de las cosas, de las situaciones...?

Olvido...

¿Es posible no arrepentirse de haberse cruzado con la persona equivocada? Para mí no lo fue, y aún no lo es, y tampoco pienso que deba ser así. ¿Por qué no admitirlo? Se aprende mucho de ciertas situaciones, de relaciones contraproducentes y de bisutería que aparenta ser piedra preciosa, pero no creo que ese conocimiento que se adquiere compense los años perdidos.

En mi caso no los compensó, a veces vuelvo la vista atrás y no consigo entender cómo ha pasado tanto tiempo desde entonces. Yo sabía que algo que se había creado de una forma tan sumamente difícil y llena de nubarrones no podría acabar de una forma fácil, era imposible.
Siempre me repetía a mí misma un dicho muy sabio que insiste en que no es oro todo lo que reluce. Yo creí haber encontrado mi diamante, incluso estaba pulido ya, a pesar de lo complicado del proceso. 

Tardamos más de un año en darnos cuenta de que parecíamos haber nacido el uno para el otro, y yo tardé más de seis en ver que ese diamante pulido en realidad era un amago de circonita. Resultó ser un broche bañado en oro, pero de metal oxidado por dentro.
Un broche de esos que se lucen tan orgullosamente, pero con los que la gente tiene miedo de pincharse. Por fuera brillan y combinan con todo, pero por dentro pueden ser enormes portadores de suciedad, de deshechos, que causarían una infección en caso de provocar y colarse en una herida.

Él resplandecía al principio, incluso aparentaba brillar ante los demás al final, pero lo que hizo Jacques no fue una simple herida por punción como las que hacen las agujas. Decidió moldear la mía durante años, una herida que doliera en ciertos momentos, que ardiera en otros y que me inquietara hasta límites excepcionales, pero no fue hasta el final cuando decidió atravesarme la piel y hacer que mi sangre brotara durante meses.

Escuché muchas veces que no hay que arrepentirse de los errores, que no debemos lamentar habernos comprado una prenda con tara, pero a día de hoy sigo pensando en el tiempo perdido, sigo echando de menos esos años que tiré por la ventana, aún sin abrirla.


Su incisión en mi corazón no fue para salvarme la vida, aunque lo pensara al principio, sino para intentar quitármela. Recuerdo que la noche de octubre en la que finalmente me pinché con el broche de Jacques hacía más frío de lo habitual. Tengo un recuerdo tan claro que podría reproducir minuto por minuto.