Dicen que hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada. Pues bien, ese no sería mi caso, ni una cosa ni la otra. ¿Tú que prefieres?
Yo pensaba que después de experiencias como estas...¿No sería mejor poner tierra de por medio?
Yo pensaba que después de experiencias como estas...¿No sería mejor poner tierra de por medio?
Aquel día el metro tardaba más de lo habitual y la gente empezaba
a amontonarse en el andén. A lo lejos vi a la chica de todos los días, hoy
aparentaba llevar más prisa de lo normal, pero seguía sin abandonar ese enorme
libro que parecía llevar a todas partes.
El ambiente empezaba a cargarse,
todos miraban sus relojes impacientes…pero ella siempre permanecía inmóvil, con
el libro cerrado esta vez, y la mirada perdida en alguna parte. De pronto llegó
la estampida, el tren estaba ahí y yo no lo escuché venir.
Una vez dentro no conseguí sentarme.
Volví a repetir la misma canción, la que llevaba varios días sin dejarme escuchar
el sonido del tren al llegar…Sé que perdí la cuenta de cuantas veces la escuché.
Me identificaba, me recordaba momentos, situaciones, personas…me hacía pensar
en el futuro.
Aquella chica de siempre tampoco
encontró sitio, vi cómo se apoyaba en las puertas, y aunque se encontraba algo
lejos, yo estaba lo suficientemente cerca como para ver cómo éstas engancharon
uno de sus rizos castaños al cerrarse. Mucha gente la
miró, algunos sonreían, otros permanecían con su cara habitual de sueño…pero
ella, completamente absorta, no cayó en la cuenta hasta llegar a a la siguiente estación.
La música puede ser tan
eclipsante, tan traicionera, tanto que estuve cerca de echarme a llorar antes
de bajar del andén. Tres minutos que te cuentan, que te recuerdan tantas
historias, momentos felices y tristes, que te transportan a ciertos puntos
del espacio, que se transforman en situaciones tan vívidas…
Él me había dicho que yo sólo
escuchaba canciones tristes, que no ponía empeño por ser feliz, que todo en mi
vida era gris. Yo prefería eso a su forma de pensar en blanco y negro. Para él
sólo había dos colores, sin mezclas, ni grados ni matices, y nunca coincidían con los que yo tenía en
mente.
Mientras caminaba hacia la salida noté cómo una lágrima descendía por mi mejilla. Me detuve en seco,
miré al suelo, no quería que los demás lo vieran, que notaran mi fragilidad en
ese instante. Saqué el espejo del bolso y me retoqué rápidamente el maquillaje.
Aquella lágrima me devolvía la
angustia pasada, momentos oscuros, momentos pasados pero no superados. No
quería ser consciente de mi debilidad, quería demostrarme a mí misma y a los
demás una fuerza exterior que me agotaba por dentro, que no brotaba de mí.
Era un día oscuro, nublado, como todos últimamente. El otoño era tan sugerente en Londres, tan atractivo, tan sumamente incierto que sus huellas se apreciaban en las caras de la gente, y quizá en la mía, no lo sé…