viernes, 6 de marzo de 2015

¿Y tú? ¿Escuchas colores?


Dicen que hay gente que nace con estrella y gente que nace estrellada. Pues bien, ese no sería mi caso, ni una cosa ni la otra. ¿Tú que prefieres?
Yo pensaba que después de experiencias como estas...¿No sería mejor poner tierra de por medio?

Aquel día el metro tardaba más de lo habitual y la gente empezaba a amontonarse en el andén. A lo lejos vi a la chica de todos los días, hoy aparentaba llevar más prisa de lo normal, pero seguía sin abandonar ese enorme libro que parecía llevar a todas partes.
El ambiente empezaba a cargarse, todos miraban sus relojes impacientes…pero ella siempre permanecía inmóvil, con el libro cerrado esta vez, y la mirada perdida en alguna parte. De pronto llegó la estampida, el tren estaba ahí y yo no lo escuché venir.

Una vez dentro no conseguí sentarme. Volví a repetir la misma canción, la que llevaba varios días sin dejarme escuchar el sonido del tren al llegar…Sé que perdí la cuenta de cuantas veces la escuché. Me identificaba, me recordaba momentos, situaciones, personas…me hacía pensar en el futuro.
Aquella chica de siempre tampoco encontró sitio, vi cómo se apoyaba en las puertas, y aunque se encontraba algo lejos, yo estaba lo suficientemente cerca como para ver cómo éstas engancharon uno de sus rizos castaños al cerrarse. Mucha gente la miró, algunos sonreían, otros permanecían con su cara habitual de sueño…pero ella, completamente absorta, no cayó en la cuenta hasta llegar a a la siguiente estación.

La música puede ser tan eclipsante, tan traicionera, tanto que estuve cerca de echarme a llorar antes de bajar del andén. Tres minutos que te cuentan, que te recuerdan tantas historias, momentos felices y tristes, que te transportan a ciertos puntos del espacio, que se transforman en situaciones tan vívidas…

Él me había dicho que yo sólo escuchaba canciones tristes, que no ponía empeño por ser feliz, que todo en mi vida era gris. Yo prefería eso a su forma de pensar en blanco y negro. Para él sólo había dos colores, sin mezclas, ni grados ni matices, y nunca coincidían con los que yo tenía en mente.

Mientras caminaba hacia la salida noté cómo una lágrima descendía por mi mejilla. Me detuve en seco, miré al suelo, no quería que los demás lo vieran, que notaran mi fragilidad en ese instante. Saqué el espejo del bolso y me retoqué rápidamente el maquillaje.
Aquella lágrima me devolvía la angustia pasada, momentos oscuros, momentos pasados pero no superados. No quería ser consciente de mi debilidad, quería demostrarme a mí misma y a los demás una fuerza exterior que me agotaba por dentro, que no brotaba de mí.

Era un día oscuro, nublado, como todos últimamente. El otoño era tan sugerente en Londres, tan atractivo, tan sumamente incierto que sus huellas se apreciaban en las caras de la gente, y quizá en la mía, no lo sé…
Sin embargo, llevaba más tacón de lo normal, quería sentirme por encima del resto, quería sentirme enérgica, y aquellas botas grises aguantaban sol, lluvia, nieve y hasta el ánimo quebradizo.

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